sábado, 9 de mayo de 2009

¡Cuida los palos, Barbosa!





Moacir Barbosa Nascimento nació en Campinas, San Pablo, un 27 de marzo de 1921 y fue un brillante arquero. Empezó a jugar al fútbol en Almirante Tamandaré, un modesto club de la ciudad paulista. De chico fue extremo derecho y en su adolescencia se tiró unos metros más atrás, hasta llegar al arco, ya que no le gustaba correr ni hacer demasiado esfuerzo físico.

Comenzada la década del ’40, el joven convertido en arquero trabajaba en el Laboratorio Paulista de Biología lavando cristales y defendía, en los ratos libres, el arco del equipo de la entidad. Ese año fue visto por Ipiranga, club de San Pablo que rápidamente lo contrató.

Con su 1.76 de altura, el arquero se afianzaba gracias a su talento y a su agilidad que lo destacaban en el puesto. Apoyado en contundentes actuaciones, el Vasco Da Gama decide en 1944 comprar el pase de Barbosa para reforzar el equipo. El primer año no fue lo esperado: se encontró con que había seis compañeros más para el mismo puesto.

Al año siguiente, al joven paulista le llegó el turno de defender el arco del Vasco y no defraudó, el equipo carioca ganó invicto el campeonato. Además, convertido en uno de los mejores de su país, fue citado al Seleccionado brasilero. De ahí en adelante, y por ocho años, Barbosa cuidaría los palos de la verde-amarela.

Se acercaba el año 1950 y Brasil se preparaba para presentar allí la cuarta Copa del Mundo, Jules Rimet, que se jugaba luego de varios años de guerra y muerte. Europa se reconstruía y en el país anfitrión se hacía de cero, y en 22 meses, el estadio más grande del mundo: El Maracaná, que albergaría a más de 150 mil hinchas.

La selección local desparramaba buen fútbol: gustaba, ganaba y goleaba y la gente hervía de alegría en las calles. Brasil llegaba por primera vez a la final de un Mundial y la prensa local afirmaba que el título era inminente. Del otro lado, Uruguay. El partido se jugó el 17 de julio, en el estadio, dicen, había más de 200 mil personas. La carroza para el festejo de los jugadores brasileños estaba preparada, esperando…

Friaca ponía el 1 a 0 a favor del local y minutos después Juan Schiaffino igualaba, Brasil con el empate era campeón. Pero..., a 11’ del final, Alcides Ghiggia llegó hasta el área con la pelota y le pegó apuntando al espacio que quedaba libre entre el arquero y el palo. Barbosa, que llegó a rozar la pelota, creyó, por un instante, que la había sacado al corner. Finalmente, cuando escuchó el estruendoso silencio del estadio y vio a la caprichosa dentro de la red, se percató de que su equipo perdía la final del mundo.

Ese gol causó un quiebre en la vida del guardameta: los brasileros, dolidos por el milagro uruguayo, lo empezaron a tratar como el culpable de la derrota. De ahí en adelante, vivió señalado: “Fue una tarde de los años 80 en un mercado. Me llamó la atención una señora que me señalaba con el dedo, mientras le decía en voz alta a su chiquito: Mirá, hijo... Ese es el hombre que hizo llorar a todo Brasil", contó en una nota.

En 1963 Barbosa escuchó que cambiarían los arcos del Maracaná y que los administradores del estadio le iban a donar el “arco de la desgracia”. El arquero, ya retirado del fútbol, lo aceptó y con los tres palos hizo un asado para los amigos en el fondo de su casa.

Una de sus últimas anécdotas se concretó en 1993, cuando quiso ir a saludar a la Selección que se preparaba para el Mundial de Estados Unidos ’94. El técnico, Carlos Alberto Parreira, no lo dejó entrar ya que según creía, el ex arquero era mufa.

El 7 de abril de 2000, lejos de los honores que alguna vez soñó como deportista, Barbosa se encontró con la muerte en un humilde departamento que alquilaba en Cidade Ocian, en el litoral brasileño

1 comentario:

Raúl dijo...

cuentan que el delantero uruguayo, que hizo el gol,dijo; si hubiera sabido lo que le iba a representar a Barboza ese gol, la hubiera pateado afuera